PALABRAS ALUSIVAS AL 25º. ANIVERSARIO UCSE DAR

Por Rodolfo Zehnder

Autoridades, docentes, amigos todos:

Hemos venido a dar testimonio de nuestro agradecimiento. Hemos venido con nuestros logros y alegrías, que supimos colectar en estos 25 años. Sin triunfalismos sino con humildad. Sin anclarnos en el pasado, pero memoriosos, y por ello agradecidos. La memoria bien ejercitada y entendida es un don, porque permite seleccionar lo valioso del pasado y ayuda a no cometer los mismos errores, aun cuando la falibilidad forma parte de nuestra frágil condición humana.

Nuestra querida universidad supo ofrecernos- es bueno y justo reconocerlo- un ámbito de estudio, de reflexión, de responsabilidad y de libertad. Ello no es poca cosa, y lo hizo no sólo a través de sus docentes (frente al aula y directivos), sino del personal todo afectado a su tarea.

En este mundo posmoderno –desapasionado y materialista- venimos con pasión a actualizar nuestro recuerdo. Emocionados y hasta cohibidos. Nostalgiosos pero vivos. Superando la fría asepsia y lógica del presente, con su engañoso ideal del exitismo. Preocupados y perplejos ante la incertidumbre del futuro, pero con tiempo y tino para festejar un pasado que supo construirnos, contenernos, y desarrollar nuestro intelecto y el mundo de nuestros afectos.

Por eso, porque la emoción que sentimos representa todo lo bueno que recibimos, venimos a homenajear estas paredes, estos docentes.

En esta era y lógica del vacío, al decir de Lipovetsky, de la exagerada autonomía individual, de la innovación superficial, de la comunicación sin objetivo, de la obsesión de la información por la información misma, de la destrucción de valores superiores y sentidos únicos, de la anulación de puntos de referencia, de indiferencia y relativismo, venimos henchidos a rendir tributo a esta comunidad educativa que supo enseñarnos a defender ideales, sueños, utopías, a pensar, y a ubicar a nuestra querida universidad en el marco de nuestros referentes.

Quizás sin explicitarlos, y sin que nosotros lo advirtamos, la universidad nos condujo en el camino de los siete saberes que describiera Morín: una educación capaz de criticar el conocimiento mismo, enseñar la condición humana y la identidad terrenal, enfrentar las incertidumbres, enseñar la comprensión y la ética del género humano.

Recordemos con San Juan Pablo II, en “Ex Corde Ecclesiae” que toda universidad católica comparte con las demás universidades el gaudium de veritate, como decía San Agustín, o sea el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla en todos los campos del conocimiento.

El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es vital, porque allí se juega el destino de la Iglesia y del mundo. Y la Iglesia, experta en humanidad, investiga gracias a sus universidades los misterios del hombre y del mundo.

Los descubrimientos científicos y tecnológicos imponen hoy más que nunca, en esta Cuarta Revolución Industrial caracterizada por la fusión de tecnologías que está haciendo desaparecer los límites entre lo físico, lo digital y lo biológico, la correspondiente búsqueda del significado, para que todo ello sea usado para el auténtico bien del hombre. La Universidad Católica, en fecundo diálogo entre Fe y razón, convencida de la prioridad delo ético sobre lo técnico, del espíritu sobre la materia, incluye en su búsqueda la dimensión moral, espiritual, y valorar las conquistas tecnológicas en la perspectiva total de la persona, porque está en juego el significado mismo del hombre.

Los docentes, llamados a ser testigos y educadores de una auténtica vida cristiana, debemos estudiar a fondo las raíces de los graves problemas de nuestro tiempo, prestando especial atención a sus dimensiones éticas: el secularismo, la dignidad de la vida humana, la promoción de la justicia para todos, la calidad de vida, la protección de la naturaleza, la búsqueda de la paz, una distribución más equitativa de los recursos del mundo y un nuevo ordenamiento económico y político que sirva para mejorar la comunidad humana nacional e internacional.

En este diálogo entre pensamiento cristiano y ciencias modernas, debemos mostrar cómo la inteligencia humana se enriquece con la verdad superior que deriva de la Palabra de Dios, del Logos, para así transformar desde adentro a la humanidad, y confrontar mediante la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con el designio de salvación (cfr. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi).

Como expresa el Eclesiastés (7.19) “La Sabiduría da más fuerza al sabio que diez poderosos que hay en la ciudad”. No tenemos otras herramientas para la acción que las del pensamiento. ¡Usémoslas!

En medio del actual narcisismo colectivo –hedonista y permisivo, que vive sólo el presente y así pierde el sentido de la continuidad histórica-, de este vivir para nosotros mismos sin preocuparnos por tradiciones o la posteridad, es bueno hacer un alto en el camino, mirar hacia atrás, porque es lo que nos rescata de este imperio de lo efímero.

Los años transcurridos aquí fueron de estudio, esfuerzo, trabajo y dedicación. Bueno es apreciarlo en esta suerte de paradoja de la sociedad del conocimiento –como observara Jaim Etcheverry- en que parecemos querer ingresar a ella sin conocer, por el portal de la ignorancia, ya que no se advierte que la sociedad demande sacrificios no sólo en lo económico sino también de parte de cada uno (interés y esfuerzo). Es que en la sociedad del espectáculo actual, descomprometida y “líquida” (Bauman) y a pesar de algunos esfuerzos aislados, que reconocemos, pareciera que la educación está incorporándose al mundo del entretenimiento light, que reemplaza al trabajo intelectual riguroso y metódico, y toda apelación al esfuerzo y la exigencia es vista como una actitud represiva orientada a privar a niños y jóvenes de ese mundo idílico al que supuestamente, tendrían derecho sin exigencia de su parte. Es una época del gigantismo de los derechos, pero de crepúsculo del deber (siguiendo a Lipovetsky), y porque nuestra universidad nos enseñó derechos pero también deberes, y a apreciar resultados cuando son fruto del esfuerzo, no es ocioso nuestro reconocimiento.

Deberíamos tener presente que no cabe deslumbrarse ante la tecnología, concebida como una suerte de poder mágico, ya que para usarla con provecho es preciso que los alumnos cuenten con habilidades intelectuales esenciales, que les permitan pensar independientemente, orientarse en la historia, comprender textos, hacer simples operaciones de abstracción. Debemos mostrarles que existe otra realidad, otros referentes, otros destinos, otras razones para vivir, más allá de lo superficial, banal y grosero que les exhibimos todos los días a través de ciertos medios de comunicación social y redes sociales.

Nuestro tiempo se caracteriza por la brusca ruptura de los vínculos entre las generaciones. Parecería que ya no debemos nada a quienes nos han precedido, y que nada nos obliga frente a quienes nos seguirán, ignorando que la supervivencia del conjunto social se edifica mediante la solidaridad entre las generaciones.

Hoy no se piensa que existan valores o ideales superiores que deban ser transmitidos: todo es igual, nada es mejor. Este relativismo moral y cultural hiere de muerte la autoridad de la familia y de los educadores: todos nos sentimos autorizados a ser nuestro propio juez moral.

En definitiva: este repliegue de la enseñanza, este desprestigio del conocimiento (que es el recurso sostenible por excelencia) y esta suicida falta de respeto por el intelecto, son elementos claves para comprender nuestra crisis nacional, nuestro penoso retroceso de casi un siglo a esta parte. Hemos olvidado que la educación consiste, en esencia, en dar ejemplo, en ejercer influencia, en despertar admiración, en proporcionar anclas, en dar posibilidad de referencia, en alertar acerca de los sentidos.

Por eso, porque nuestra universidad nos da ejemplos, ejerce influencias, nos brinda sentidos existenciales, nos transmite valores, y se constituye en una referencia, venimos hoy a testimoniar nuestro sincero reconocimiento y admiración.